Al parecer, el debate “salvar vidas o empresas” ha mutado a cierta
quimera extraña, en donde, además, políticos y ciudadanos del común deberían
“salvar la fe”. Ha sido esto, enérgicamente defendido por pastores evangélicos
en Cartagena y el mundo, ante la ausencia de físico público en los templos;
mereciendo así, los creyentes, la inequívoca suerte de amarrase a cierta
pantalla, desde el wifi y la transparencia, que impide la santa unción de las
manos.
Bien entonces, dichos voceros reclaman al Estado la sistemática
violación de libertades individuales, al impedir, desde la norma, la
aglomeración de personas en recintos; pese a que, los mismos, en teoría al
menos, acatan las directrices, y promulgan la campaña de lavarnos las manos con
jabón – o con Cristo. ¿No sería, preguntaría algún niño inocente, restricción
misma de la libertad (¿crítica?), el acto de congregarnos en fanáticos cultos,
promovidos por tales víctimas, que en su seno engendran odio hacia la
diferencia ideológica y de género?
¡Posiblemente no, siendo tal cuestionamíento, producto de la
confabulación pagana o la inocencia!
De cualquier forma, dos aspectos curiosos suscitan la denuncia expuesta:
primero, si restringen la movilidad por la cuarentena, entonces el Estado
atenta contra la libertad; lo cual sería criticado, citando algún versículo
bíblico. Pero si no lo hacen, permitiendo la vida social y productiva de
antaño, los mismos voceros dirían que el gobierno viola el derecho a la vida; citando,
una vez más, algún evangelio.
Y segundo, parece que Dios puede curarlo todo; incluso el Covid-19. Y si
bien no pretendo ponerlo en duda, siendo yo demasiado ignorante en el tema, a
diferencia de los escogidos por Dios, ¿es ello suficiente prueba o argumento
para permitir aglomeraciones en iglesias, plazas o centros comerciales, durante
la presente coyuntura? ¡Posiblemente sí! Quizás, aplicando el jabón de Cristo,
creyentes seremos inmunes.
En estos tiempos de incertidumbre, promesas de liberación y reencuentro,
debería la fe persuadirnos a dar diezmos entre nosotros mismos, y conectarnos,
con o sin wifi, con el Espíritu Santo que en todos habita.
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